Parroquia de San Pedro de Bande
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martes, 22 de octubre de 2013
FIESTA DEL BEATO JUAN PABLO II
Juan Pablo II, Beato
CCLXIV Papa, 2 de abril
Juan Pablo II, Beato
CCLXIV Papa
Martirologio Romano:En Roma, en la basílica de
San Pedro, beato Juan Pablo II, papa, que gobernó la
Iglesia por veintisiete años, llevando su presencia misionera a todos
los puntos de la tierra, alimentando la doctrina con abundantes
y esclarecidos documentos, y convocando a todos los hombres de
nuestra época a abrir sus puertas al Redentor. († 2005)
Fecha
de beatificación: 1 de mayo de 2011, por S.S. Benedicto
XVI
Karol Wojtyla nace
el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, a unos
pocos kilómetros de Cracovia, una importante ciudad y centro industrial
al norte de Polonia.
Su padre, un hombre profundamente religioso, era
militar de profesión. Enviudó cuando Karol contaba apenas con nueve
años. De él -según su propio testimonio- recibió la mejor
formación: «Bastaba su ejemplo para inculcar disciplina y sentido del
deber. Era una persona excepcional».
De joven el interés de Karol
se dirigió hacia el estudio de los clásicos, griegos y
latinos. Con el tiempo fue creciendo en él un singular
amor a la filología: a principios de 1938 se traslada
junto con su padre a Cracovia para matricularse en la
universidad Jaghellonica y cursar allí estudios de filología polaca.
Sin embargo,
con la ocupación de Polonia por parte de las tropas
de Hitler, hecho acontecido el 1 de septiembre de 1939,
sus planes de estudiar filología se verían definitivamente truncados.
En esta
difícil situación, y con el fin de evitar la deportación
a Alemania, Karol busca un trabajo. Es contratado como obrero
en una cantera de piedra, vinculada a una fábrica química,
de nombre Solvay.
También en aquella difícil época Karol se iniciaba
en el "teatro de la palabra viva", una forma muy
sencilla de hacer teatro: la actuación consistía esencialmente en la
recitación de un texto poético. Las representaciones se realizaban en
la clandestinidad, en un círculo muy íntimo, por el riesgo
de verse sometidos a graves sanciones por parte de los
nazis.
Otra importante ocupación de Karol por aquella época era la
ayuda eficaz que prestaba a las familias judías para que
pudiesen escapar de la persecución decretada por el régimen nacionalsocialista.
Poniendo en riesgo su propia vida, salvaría la vida de
muchos judíos.
A principios de 1941 muere su padre. Karol contaba
por entonces con 21 años de edad. Este doloroso acontecimiento
marcará un hito importante en el camino de su propia
vocación: «después de la muerte de mi padre -dirá el
Santo Padre en diálogo con André Frossard-, poco a poco
fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en
la fábrica y, en la medida en que lo permitía
el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las
letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo
en medio de todo esto, como un hecho interior de
una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño,
sabía ya que había sido llamado. Veía claramente qué era
lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar
"sin una mirada atrás". Sería sacerdote».
Habiendo escuchado e identificado con
claridad el llamado del Señor, Karol emprende el camino de
su preparación para el sacerdocio, ingresando al seminario clandestino de
Cracovia, en 1942. Dadas las siempre difíciles circunstancias, el hecho
de su ingreso al seminario -que se había establecido clandestinamente
en la residencia del Arzobispo Metropolitano, futuro Cardenal Adam Stepan
Sapieha- debía quedar en la más absoluta reserva, por lo
que no dejó de trabajar como obrero en Solvay. Años
de intensa formación transcurrieron en la clandestinidad hasta el 18
de enero de 1945, cuando los alemanes abandonaron la ciudad
ante la llegada de la "armada roja".
El 1 de noviembre
de 1946, fiesta de Todos los Santos, llegó el día
anhelado: por la imposición de manos de su Obispo, Karol
participaba desde entonces -y para siempre- del sacerdocio del Señor.
De inmediato el padre Wojtyla fue enviado a Roma para
continuar en el Angelicum sus estudios teológicos.
Dos años más tarde,
culminados excelentemente los estudios previstos, vuelve a su tierra natal:
«Regresaba de Roma a Cracovia -dice el Santo Padre en
Don y Misterio- con el sentido de la universalidad de
la misión sacerdotal, que sería magistralmente expresado por el Concilio
Vaticano II, sobre todo en la Constitución dogmática sobre la
Iglesia, Lumen gentium. No sólo el obispo, sino también cada
sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y
sentirse, de algún modo, responsable de ella».
Como Vicario fue destinado
a la parroquia de Niegowic, donde además de cumplir con
las obligaciones pastorales propias de la parroquia, asumió la enseñanza
del curso de religión en cinco escuelas elementales.
Pasado un año
fue trasladado a la parroquia de San Florián. Entre sus
nuevas labores pastorales le tocó hacerse cargo de la pastoral
universitaria de Cracovia. Semanalmente iba disertando -para la juventud universitaria-
sobre temas básicos que tocaban los problemas fundamentales sobre la
existencia de Dios y la espiritualidad del ser humano, temas
que eran necesarios profundizar junto con la juventud en el
contexto del ateísmo militante, impuesto por el régimen comunista de
turno en el gobierno de Polonia.
Dos años después, en 1951,
el nuevo Arzobispo de Cracovia, mons. Eugeniusz Baziak, quiso orientar
la labor del padre Wojtyla más hacia la investigación y
la docencia. No sin un gran sacrificio de su parte,
el padre Karol hubo de reducir notablemente su trabajo pastoral
para dedicarse a la enseñanza de Ética y Teología Moral
en la Universidad Católica de Lublín. A él se le
encomendó la cátedra de Ética. Su labor docente la ejerció
posteriormente también en la Facultad de Teología de la Universidad
Estatal de Cracovia.
Nombrado Obispo por el Papa Pío XII, fue
consagrado el 23 de setiembre de 1958. Fue entonces destinado
como Obispo auxiliar a la diócesis de Cracovia, quedando a
cargo de la misma en 1964. Dos años después, la
diócesis de Cracovia sería elevada al rango de Arquidiócesis por
el Papa Pablo VI.
Su labor pastoral como Obispo estuvo marcada
por su preocupación y cuidado para con las vocaciones sacerdotales.
En este sentido, su infatigable labor apostólica y su intenso
testimonio sacerdotal dieron lugar a una abundante respuesta de muchos
jóvenes que descubrieron su llamado al sacerdocio y tuvieron el
coraje de seguirlo.
Asimismo, ya desde entonces destacaba entre sus grandes
preocupaciones la integración de los laicos en las tareas pastorales.
Mons.
Wojtyla tendrá una activa participación en el Concilio Vaticano II.
Además de sus intervenciones, que fueron numerosas, fue elegido para
formar parte de tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero
y Educación Católica. Asimismo formó parte del comité de redacción
que tuvo a su cargo la elaboración de la Constitución
pastoral Gaudium et spes.
Es creado Cardenal por el Papa Pablo
VI en 1967, un año clave para la Iglesia peregrina
en tierras polacas. Fue entonces que la Sede Apostólica puso
en marcha su conocida Ostpolitik, dando inicio a un importante
"deshielo" a nivel de las frías relaciones entre la Iglesia
y el Estado comunista. El flamante Cardenal Wojtyla asumiría un
importante papel en este diálogo, y sin duda respondió a
esta difícil y delicada tarea con mucho coraje y habilidad.
Su postura -la postura en representación de la Iglesia- era
la misma que había sido tomada también por sus ejemplares
predecesores: la defensa de la dignidad y derechos de toda
persona humana, así como la defensa del derecho de los
fieles a profesar libremente su fe.
Su sagacidad y tenacidad le
permitieron obtener también otras significativas victorias: tras largos años de
esfuerzos, en contra de la persistente oposición de las autoridades,
tuvo el gran gozo de inaugurar una iglesia en Nowa
Huta, una "ciudad piloto" comunista. Los muros de esta iglesia,
cual símbolo silente y a la vez elocuente de la
victoria de la Iglesia sobre el régimen comunista, habían sido
levantados con más de dos millones de piedras talladas voluntariamente
por los cristianos de Cracovia.
En cuanto a la pastoral de
su arquidiócesis, el continuo crecimiento de la cuidad planteaba al
Cardenal muchos retos. Ello motivó a que con habitual frecuencia
reuniese a su presbiterio para analizar las diversas situaciones, con
el objeto de responder adecuada y eficazmente a los desafíos
que se iban presentando.
En 1975 asiste al III Simposio de
Obispos Europeos. Allí en el que se le confía la
ponencia introductoria: «El obispo como servidor de la fe». Ese
mismo año dirige los ejercicios espirituales para Su Santidad Pablo
VI y para la Curia vaticana. Las pláticas que dio
en aquella ocasión fueron publicadas en un libro titulado Signo
de contradicción.
II. Sucesor de Pedro
Elegido pontífice el 16 de octubre
de 1978, escogió los mismos nombres que había tomado su
predecesor: Juan Pablo. En una hermosa y profunda reflexión, hecha
pública en su primera encíclica (Redemptor hominis), dirá él mismo
sobre el significado de este nombre:
«ya el día 26 de
agosto de 1978, cuando él (el entonces electo Cardenal Albino
Luciani) declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan Pablo
-un binomio de este género no tenía precedentes en la
historia del Papado- divisé en ello un auspicio elocuente de
la gracia para el nuevo pontificado. Dado que aquel pontificado
duró apenas 33 días, me toca a mí no sólo
continuarlo sino también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo
punto de partida. Esto precisamente quedó corroborado por mi elección
de aquellos dos nombres. Con esta elección, siguiendo el ejemplo
de mi venerado Predecesor, deseo al igual que él expresar
mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia
por los Pontífices Juan XXIII y Pablo VI y al
mismo tiempo mi personal disponibilidad a desarrollarla con la ayuda
de Dios. A través de estos dos nombres y dos
pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica,
con todos los Predecesores del siglo XX y de los
siglos anteriores, enlazando sucesivamente, a lo largo de las distintas
épocas hasta las más remotas, con la línea de la
misión y del ministerio que confiere a la Sede de
Pedro un puesto absolutamente singular en la Iglesia. Juan XXIII
y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo
referirme directamente como a umbral, a partir del cual quiero,
en cierto modo en unión con Juan Pablo I, proseguir
hacia el futuro, dejándome guiar por la confianza ilimitada y
por la obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y
enviado a su Iglesia (...). Con plena confianza en el
Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de
los recientes pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la
conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás
conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II».
"No tengáis miedo"
Fueron éstas
las primeras palabras que S.S. Juan Pablo II lanzó al
mundo entero desde la Plaza de San Pedro, en aquella
memorable homilía celebrada con ocasión de la inauguración oficial de
su pontificado, el 22 de octubre de 1978. Y son
ciertamente estas mismas palabras las que ha hecho resonar una
y otra vez en los corazones de innumerables hombres y
mujeres de nuestro tiempo, alentándonos -sin caer en pesimismos ni
ingenuidades- a no tener miedo "a la verdad de nosotros
mismos", miedo "del hombre ni de lo que él ha
creado": «¡no tengáis miedo de vosotros mismos!». Desde el inicio
de su pontificado ha sido ésta su firme exhortación a
confiar en el hombre, desde la humilde aceptación de su
contingencia y también de su ser pecador, pero dirigiendo desde
allí la mirada al único horizonte de esperanza que es
el Señor Jesús, vencedor del mal y del pecado, autor
de una nueva creación, de una humanidad reconciliada por su
muerte y resurrección. Su llamado es, por eso mismo, un
llamado a no tener miedo a abrir de par en
par las puertas al Redentor, tanto de los propios corazones
como también de las diversas culturas y sociedades humanas.
Este llamado
que ha dirigido a todos los hombres de este tiempo,
es a la vez una enorme exigencia que él mismo
se ha impuesto amorosamente. En efecto, «el Papa -dice él
de sí mismo-, que comenzó Su pontificado con las palabras
"!No tengáis miedo!", procura ser plenamente fiel a tal exhortación,
y está siempre dispuesto a servir al hombre, a las
naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de
esta verdad evangélica».
Desde "un país lejano"
«Me han llamado de una
tierra distante, distante pero siempre cercana en la comunión de
la Fe y Tradición cristianas». Fueron estas, al inicio de
su pontificado, las palabras del primer Papa no italiano desde
Adriano VI (1522).
Juan Pablo II nació en Polonia, una extraordinaria
nación que por su fidelidad a la fe, puesta en
el crisol de la prueba muchas veces, llegó a ser
considerada como un "baluarte de la cristiandad", de allí el
"Semper fidelis" con que orgullosamente califican los católicos polacos a
su patria. La personalidad de S.S. Juan Pablo II está
sellada por la identidad y cultura propias de su Polonia
natal: una nación con raíces profundamente católicas, cuya unidad e
identidad, más que en sus límites territoriales, se encuentra en
su historia común, en su lengua y en la fe
católica.
Su origen, al mismo tiempo, lo une a los pueblos
eslavos, evangelizados hace once siglos por los santos hermanos Cirilo
y Metodio. Será casualmente «recordando la inestimable contribución dada por
ellos a la obra del anuncio del Evangelio en aquellos
pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la
reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del
respeto a la dignidad intrínseca de cada nación», que su
S.S. Juan Pablo II proclamó a los santos Cirilo y
Metodio copatronos de Europa, junto a San Benito. A ellos,
dicho sea de paso, está dedicada su hermosa encíclica Slavorum
apostoli, en la que hace explícita esta gratitud: «se siente
particularmente obligado a ello el primer Papa llamado a la
sede de Pedro desde Polonia y, por lo tanto, de
entre las naciones eslavas».
Una nación probada en su fe
El nuevo
Papa era un hombre que había podido conocer «desde dentro,
los dos sistemas totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo:
el nazismo de una parte, con los horrores de la
guerra y de los campos de concentración, y el comunismo,
de otra, con su régimen de opresión y de terror».
A lo largo de aquellos años de prueba, la personalidad
de Karol fue forjada en el crisol del dolor y
del sufrimiento, sin perder jamás la esperanza, nutrida en la
fe. Esta experiencia vivida en su juventud nos permite comprender
su gran «sensibilidad por la dignidad de toda persona humana
y por el respeto de sus derechos, empezando por el
derecho a la vida». Su encíclica Evangelium vitae es la
expresión magisterial más firme y acabada de esta profunda sensibilidad
humana y pastoral.
Gracias a aquellas dramáticas experiencias que vivió en
aquellos tiempos terribles «es fácil entender también mi preocupación por
la familia y por la juventud». Esta preocupación, por su
parte, ha hallado su más amplia expresión magisterial en la
encíclica Familiaris consortio.
Improntas del pontificado de Juan Pablo II
La vida
cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu
Santo
El Papa Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde
el inicio de su pontificado la relación existente -aunque quizá
tantas veces olvidada o relegada- de la vida de la
Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la
Trinidad, dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una
de las tres personas de la Trinidad: una a Dios
Padre, rico en misericordia (1980); otra al Hijo, Redentor del
mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador
de vida (1986). Este es el misterio central de la
fe cristiana: Dios es uno solo, pero a la vez
tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe,
y con ello el fundamento de la auténtica vida de
la Iglesia y de cada uno de sus hijos: en
efecto, no se entiende la vida del cristiano si no
es en relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Comunión de Amor.
"Totus Tuus"... un Papa sellado por el amor
a la Madre
Totus Tuus, o Todo tuyo (con evidente referencia
a María), fue el lema ele-gido por Su Santidad Juan
Pablo II al asumir el timón de la barca de
Pedro. De este modo se consagraba a Ella, se acogía
a su tierno cuidado e intercesión, invitándola a sellar con
su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de su pontificado.
Con ocasión de la Eucaristía celebrada el 18 de octubre
de 1998, a los veinte años de su elección y
a los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará
en la Plaza de San Pedro ese "Totus Tuus" ante
el mundo católico.
En otra ocasión había dicho él mismo con
respecto a esta frase: «Totus Tuus. Esta fórmula no tiene
solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de
devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal
se afirmó en mí en el período en que, durante
la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica.
En un primer momento me había parecido que debía alejarme
un poco de la devoción mariana de la infancia, en
beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon
de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre
de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está
profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en
los misterios de la Encarnación y la Redención. Así pues,
redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y
esta forma madura de devoción a la Madre de Dios
me ha seguido a través de los años: sus frutos
son la Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».
Otro signo de
su amor filial a Santa María es su escudo pontificio:
sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el
madero horizontal derecho, una "M", también amarilla, representando a la
Madre que estaba "al pie de la cruz", donde -a
decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el
mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues,
una clara expresión de la importancia que el Santo Padre
le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la
obra de la reconciliación realizada por su Hijo.
Su escudo se
alza ante todos como una perenne y silente profesión de
un amor tierno y filial hacia la Madre del Señor
Jesús, y a la vez, es una constante invitación a
todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su
papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así
como su dinámica función maternal para con cada uno de
nosotros. En efecto, «entregándose filialmente a María, el cristiano, como
el apóstol Juan, "acoge entre sus cosas propias" a la
Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio
de su vida interior, es decir, en su "yo" humano
y cristiano: "La acogió en su casa". Así el cristiano,
trata de entrar en el radio de acción de aquella
"caridad materna", con la que la Madre del Redentor "cuida
de los hermanos de su Hijo", "a cuya generación y
educación coopera" según la medida del don, propia de cada
uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se
manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado
a ser la función de María a los pies de
la Cruz y en el cenáculo».
La profundización de la teología
y de la devoción mariana -en fiel continuidad con la
ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la
persona y pontificado del Santo Padre.
Hombre del perdón; apóstol de
la reconciliación
Quizá muchos jóvenes desconocen el atentado que el Santo
Padre sufrió aquel ya lejano 13 de mayo de 1981,
a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca.
Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia
divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión
para experimentar en sí mismo el dolor y sufrimiento humano
-físico, sicológico y también espiritual- para poder mejor asociarse a
la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con
tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un
profundo horizonte sobrenatural será su hermosa Carta Apostólica Salvifici doloris.
Aquel
hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo
entero que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre
que no sólo llama a vivir el perdón y la
reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez recuperado,
en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de
espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido
en la cárcel- para ofrecerle el perdón y constituirse él
mismo en un testimonio vivo de que el amor cristiano
es más grande que el odio, de que la reconciliación
-aunque exigente- puede ser vivida, y de que éste es
el único camino capaz de convertir los corazones humanos y
de traerles la paz tan anhelada.
Servidor de la comunión y
de la reconciliación
El deseo de invitar a todos los hombres
a vivir un proceso de reconciliación con Dios, con los
hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de
la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este
sentido. Ocupa un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio
et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la
misión de la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión
conjunta que hicieron los obispos del mundo reunidos en Roma
el año 1982 para la VI Asamblea General del Sínodo
de Obispos)-, y tiene un peso singularmente importante la declaración
que hiciera en el Congreso Eucarístico de Téramo, el 30
de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito
del hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de
la vida una nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo
y con el prójimo, he pensado, por gracia e inspiración
del Señor, proponer con fuerza ese don original de la
Iglesia que es la reconciliación».
La preocupación social de S.S. Juan
Pablo II
La encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año
desde el inicio formal del Magisterio Social Pontificio con la
publicación de encíclica Rerum novarum de S.S. León XIII, se
ha constituido en el último gran aporte de S.S. Juan
Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En
ella escribía: «... deseo ante todo satisfacer la deuda de
gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran
Papa (León XIII) y con su "inmortal Documento". Es también
mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde
aquella raíz, no se ha agotado con el paso de
los años, sino que, por el contrario, se ha hecho
más fecunda».
Indudablemente enriquecido por su propia experiencia como obrero, y
en su particular cercanía con sus compañeros de labores, la
gran preocupación social del actual Pontífice ya había encontrado otras
dos ocasiones para manifestarse al mundo entero en lo que
toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo
humano, y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas
actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.
La
nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia
Desde el inicio de
su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado
en llamar y comprometer a todos los hijos de la
Iglesia en la tarea de una nueva evangelización: «nueva en
su ardor, en sus métodos, en su expresión».
Pero, como recuerda
el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi
se repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en
el sentido de los nuevos retos que el mundo contemporáneo
plantea a la misión de la Iglesia» ... «Hay que
estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste
esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e
implicaciones pastorales; determinar los "métodos" más apropiados para los tiempos
en que vivimos; buscar una "expresión" que la acerque más
a la vida y a las necesidades de los hombres
de hoy, sin que por ello pierda nada de su
autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a
la tradición de la Iglesia».
En esta tarea el Papa Juan
Pablo II tiene una profunda conciencia de la necesidad urgente
del apostolado de los laicos en la Iglesia, preocupación que
se refleja claramente en su Encíclica Christifideles laici y en
el impulso que ha venido dando al desarrollo de los
diversos Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea de
la nueva evangelización «la Iglesia trata de tomar una conciencia
más viva de la presencia del Espíritu que actúa en
ella (...) Uno de los dones del Espíritu a nuestro
tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales, que
desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo
señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para
los hombres».
Pero S.S. Juan Pablo II no entiende la nueva
evangelización simplemente como una "misión hacia afuera": la misión hacia
adentro (es decir, la reconciliación vivida en el ámbito interno
de la misma Iglesia) ha sido también destacada por el
Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella
es un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde
esta perspectiva hay que comprender también el fuerte empeño ecuménico
alentado por el Santo Padre, muy en la línea del
rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres
conciliares.
"Que todos sean uno"
El Santo Padre, como Cristo el
Señor hace dos mil años, sigue elevando también hoy al
Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum
sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de
la reconciliación, el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado
desde el inicio de su pontificado por lograr la unidad
y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que
ello signifique de ningún modo claudicar a la Verdad: «El
diálogo -dijo Su Santidad a los Obispos austriacos, en 1998-,
a diferencia de una conversa-ción superficial, tiene como objetivo el
descubrimiento y el reconocimiento co-mún de la verdad. (…) La
fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el fundamento
del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta base
común elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad
de conver-tirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar
since-ramente un papel en un proceso de diá-logo si no
está dispuesto a exponerse a la verdad y a crecer
en ella».
Renovado impulso a la catequesis
Como dice el Santo Padre,
la Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la Evangelii
nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la evangelización
del mundo contemporáneo».
Por otro lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae
es un intento -ya desde el inicio de su pontificado-
de dar un nuevo impulso a la labor pastoral de
la catequesis.
El Santo Padre, desde que asumió su pontificado, ha
mantenido las catequesis de los miércoles iniciadas por su predecesor
Pablo VI. En ellos ha desarrollado principalmente el contenido del
"Credo".
En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica
-aprobado por el Santo Padre en 1992- ha querido ser
«el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus
Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en
cuenta que es un «valioso instrumento para la nueva evangelización,
donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha
de enseñar».
El Papa peregrino
Quizá más de uno se ha preguntado
sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha
realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes
al exterior como al interior de Italia):
«En nombre de toda
la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito
de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que
me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el
Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la
decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra
para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el
contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me
ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad
a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».
Asimismo dirá
el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias:
«la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene
visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias.
Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo
le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me
han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del
obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la
más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo,
se adhiere más íntimamente a Cristo».
S.S. Juan Pablo II y
los jóvenes
Desde 1985 la Iglesia ha visto surgir las Jornadas
Mundiales de los Jóvenes. Su génesis -recuerda el Santo Padre-
fue el Año Jubilar de la Redención y el Año
Internacional de la Juventud, convocado por la Organización de las
Naciones Unidas en aquel mismo año:
«Los jóvenes fueron invitados a
Roma. Y éste fue el comienzo. (...) El día de
la inauguración del pontificado, el 22 de octubre de 1978,
después de la conclusión de la liturgia, dije a los
jóvenes en la plaza de San Pedro: "Vosotros sois la
esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros sois mi
esperanza"».
Maestro de ética y valores
También en nuestro siglo, y con
sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre ha notado
con paternal preocupación como el hombre ha "cambiado la verdad
por la mentira". Consecuencia de este triste "cambio" es que
el hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la
verdad y para vivir de acuerdo a esa verdad, en
orden a encontrar su felicidad en la plena realización como
persona humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye
la plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor
de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de
quien fuera un notable profesor de ética, que en su
calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral
a que ha llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre
puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo
discernir el bien del mal? La respuesta sólo es posible
gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo
más íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de
Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de
Jesucristo… Él es "el Camino, la Verdad y la Vida".
Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre,
en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da
Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la
respuesta es la persona misma de Jesucristo: "Realmente, el misterio
del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado…"». A lo largo de toda su encíclica el Santo
Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte
ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre-
para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta
al designio divino.
Incansable Servidor de la fe y de la
Verdad
A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio,
el Papa Juan Pablo II -como un incansable Maestro de
la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su
decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella
presenta en forma positiva la búsqueda de la verdad que
nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale al
paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el acceso a
la verdad, y más aún a la Verdad última sobre
Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios
mismo ha ofrecido a la humanidad entera a través de
la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la relación
entre razón y fe, entre filosofía y teología son temas
que va tocando en respuesta a la situación de enorme
confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra
inmersa nuestra cultura de hoy.
Trabajando por la consolidación de los
frutos del Concilio Vaticano II
El Santo Padre ha sido un
incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los
ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de
la profundización y consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por
el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano segundo. Al respecto
ha dicho él mismo: «Es indispensable este trabajo de la
Iglesia orientado a la verificación y consolidación de los frutos
salvíficos del Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto
conviene saber "discernirlos" atentamente de todo lo que contrariamente puede
provenir sobre todo del "príncipe de este mundo". Este discernimiento
es tanto más necesario en la realización de la obra
del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo
actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares Gaudium
et spes y Lumen gentium».
Con S.S. Juan Pablo II hacia
el tercer milenio
El Papa Juan Pablo II, mediante su Carta
apostólica Tertio millenio adveniente, ha invitado a toda la cristiandad
a prepararse para lo que será una gran celebración y
conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo explícito del
Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a
cada una de las Personas divinas del Misterio de la
Santísima Trinidad: 1997 ha sido dedicado al Hijo, 1998 al
Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la
Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los
dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno
del Padre que -de María Virgen y por obra del
Espíritu Santo- «nació del Pueblo elegido, en cumplimiento de la
promesa hecha a Abraham y recordada constantemente por los profetas».
De Él, y del cristianismo, nos ha recordado en su
misma Carta el Papa: «Estos (los profetas de Israel) hablaban
en nombre y en lugar de Dios. (…) Los libros
de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una
atenta pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta:
Él no se limita a hablar "en nombre de Dios"
como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla
en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto
esencial por el que el cristianismo se diferencia de las
otras religiones, en las que desde el principio se ha
expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El
cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es
sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es
Dios quien viene en Persona a hablar de sí al
hombre y a mostrarle el camino por el cual es
posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento
del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad:
este cumplimiento es obra de Dios y va más allá
de toda expectativa humana».
Este acontecimiento histórico central para la
humanidad entera, acontecimiento por el que Dios que se hace
hombre para decir «la palabra definitiva sobre el hombre y
sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara
a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo
se prepara a trasponer el umbral del nuevo milenio. Su
Santidad, el "dulce Cristo sobre la tierra", como icono visible
del Buen Pastor va a la cabeza de la Iglesia
que peregrina en este tiempo de profundas transformaciones, constituyéndose para
todos sus hijos e hijas que con valor quieren escucharle
y seguirle, en roca segura y guía firme … "¡No
tengáis miedo!"… son las palabras que también hoy brotan con
insistencia de los labios de Pedro, hombre de frágil figura,
pero elegido y fortalecido por Dios para sostener el edificio
de la Iglesia toda con una fe firme y una
esperanza inconmovible.
(Lo que sigue es un artículo titulado «S.S. Juan
Pablo II: "Profeta del sufrimiento"», cuyo autor es Mons. Cipriano
Calderón Polo)
«S.S. Juan Pablo II, es en esta etapa final
del segundo milenio, el Pastor universal del pueblo de Dios,
guía segura para atravesar el "umbral de la esperanza" que
nos introducirá en el tercer milenio de la evangelización...
«¿Cómo
se presenta al mundo de hoy el Papa en esta
encrucijada decisiva de la historia? «Su imagen característica es ahora
la de profeta del sufrimiento, un sacerdote, un evangelizador que
realiza en su amable persona la doctrina que él mismo
ha explicado en la carta apostólica Salvifici doloris (11 de
febrero de 1984) y en tantos discursos sobre el significado
del dolor humano.
«Juan Pablo II, en las celebraciones litúrgicas,
en las audiencias, en los viajes apostólicos, en todas sus
actividades, aparece como un icono del sufrimiento, dando a la
Iglesia un testimonio formidable de la fuerza evangelizadora del dolor
físico y moral.
«En su persona de Vicario de Cristo
se cruzan las debilidades físicas: esas "debilidades del Papa" a
las que él mismo se refirió el día de Navidad
de 1995 desde la ventana de su despacho; las penas
y dolores cada vez más crecientes de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, de todos los pueblos, especialmente de
aquellos más pobres de América Latina, África y Asia; los
sufrimientos de toda la Iglesia, que naturalmente se acumulan en
el vértice de la misma. Y a todo ello se
une la fatiga pastoral producida por una entrega sin reservas
al ministerio petrino, al que el Papa Wojtyla sigue ofreciendo
generosamente todas sus energías, sin dejarse rendir por la edad
o por los quebrantos de salud.
«El Santo Padre camina
hacia el año 2000, al frente de la humanidad, llevando
la cruz de Jesús. Así se parece más al divino
Redentor.
«Él mismo lo ha hecho notar en una alocución
dominical -Ángelus- pronunciada desde su habitación del hospital Gemelli: "¿Cómo
me presentaré yo ahora -comentaba- a los potentes del mundo
y a todo el pueblo de Dios? Me presentaré con
lo que tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento. He
comprendido -decía- que debo conducir a la Iglesia de Cristo
hacia el tercer milenio, con la oración, con múltiples iniciativas
(como la que actualmente está viviendo toda la Iglesia: un
trienio de preparación propuesto en su carta Tertium millenium adveniente);
pero he visto que esto no basta: necesito llevarla también
con el sufrimiento"».
Nació al Reino de Dios, el 2 de
abril de 2005, El 28 de junio del mismo año
se inició su causa para la beatificación, misma que se
realizó el 1 de mayo, Segundo Domingo de Pascua del
año 2011, Día de la Divina Misericordia, en ceremonia presidida
por S.S. Benedicto XVI.
Oración para implorar favores por intercesión del
Beato Juan Pablo II
Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber
concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque
en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la
gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu
de amor.
Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva
de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la
vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos,
por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor
que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en
el número de tus santos. Amén.
La religiosa francesa Marie Simon Pierre
revela detalles inéditos de su curación obtenida por intercesión del
nuevo Beato en el siguient VÍDEO, este fue
el milagro aprobado para la beatificación de Juan Pablo II.
NOTA:
El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó
el decreto en el cual se reconoce un milagro obtenido
por la intercesión del Beato Juan Pablo II, tan sólo
falta que se conozca la fecha en que se realizará
la ceremonia de canoniación.
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