sábado, 7 de octubre de 2017

LECTURAS Y MEDITACIÓN DEL DÍA








Sábado de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario


Libro de Baruc 4,5-12.27-29.
¡Animo, pueblo mío, memorial viviente de Israel!
Ustedes fueron vendidos a las naciones, pero no para ser aniquilados; es por haber excitado la ira de Dios, que fueron entregados a sus enemigos.
Ustedes irritaron a su Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios;
olvidaron al Dios, eterno, el que los sustenta, y entristecieron a Jerusalén, la que los crió.
Porque ella, al ver que la ira del Señor se desencadenaba contra ustedes, exclamó: "Escuchen, ciudades vecinas de Sión: Dios me ha enviado un gran dolor.
Yo he visto el cautiverio que el Eterno infligió a mis hijos y a mis hijas.
Yo los había criado gozosamente y los dejé partir con lágrimas y dolor.
Que nadie se alegre al verme viuda y abandonada por muchos. Estoy desolada por los pecados de mis hijos, porque se desviaron de la Ley de Dios:
¡Animo, hijos, clamen a Dios, porque aquel que los castigó se acordará de ustedes!
Ya que el único pensamiento de ustedes ha sido apartarse de Dios, una vez convertidos, búsquenlo con un empeño diez veces mayor.
Porque el que atrajo sobre ustedes estos males les traerá, junto con su salvación, la eterna alegría".

Salmo 69(68),33-35.36-37.
Que lo vean los humildes y se alegren,
que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.

Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar,
y todos los seres que se mueven en ellos;
porque el Señor salvará a Sión
y volverá a edificar las ciudades de Judá:

el linaje de sus servidores la tendrá como herencia,
y los que aman su nombre morarán en ella.

Evangelio según San Lucas 10,17-24.
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron llenos de gozo y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".


MEDITACIÓN


 «Te doy gracias, Padre, … has revelado estas cosas a los más pequeños»
      «Jesús, lleno de gozo y bajo la acción del Espíritu Santo exclamó: ‘Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes, y las has revelado a los más pequeños. Sí, Padre, porque este ha sido tu deseo’». Jesús exulta de gozo por la paternidad divina; exulta de gozo porque puede revelar esta paternidad; exulta, en fin, porque en los «más pequeños» se revela un esplendor particular de la paternidad divina. Y el evangelista Lucas califica todo ello de «gozo desbordante en el Espíritu Santo»…

      Eso que, durante la teofanía trinitaria junto al Jordán (Lc 3,22) ha venido, por decirlo de alguna manera, «del exterior», de lo alto, proviene aquí «del interior», es decir, de lo más profundo de lo que Jesús es. Es otra revelación del Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo. Jesús habla solamente de la paternidad de Dios y de su propia filiación; no habla, explícitamente, del Espíritu que es Amor y, por tanto, unión del Padre y del Hijo. Y, sin embargo, lo que dice del Padre y de sí mismo como Hijo viene de la plenitud del Espíritu que está en él, que llena completamente su corazón, penetra su propio yo, inspira y vivifica su acción en toda su profundidad. De ahí proviene ese desbordamiento de gozo en el Espíritu Santo. La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la cual Jesús tiene perfecta conciencia,  se expresa en este desbordamiento de gozo, el cual, en un sentido, hace perceptible la fuente secreta que reside en él.  De ello  proviene una manifestación y una particular exhaltación propias del Hijo del hombre, de Cristo el Mesías, cuya humanidad pertenece  a la persona del Hijo de Dios, sustancialmente uno con el Espiritu Santo en su divinidad.

      En esta magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de Nazaret, se manifiesta, pues, a sí mismo, manifiesta su «yo» divino : en efecto, él es el Hijo «de la misma substancia» (Credo), y por eso, «nadie conoce al Hijo sino es el Padre, ni nadie conoce al Padre sino es el Hijo», este Hijo que «por nosotros y por nuestra salvación» (Credo) se hace hombre por obra del Espíritu Santo y nació de una virgen cuyo nombre era Maria. 

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